Aquello que guardabas

Ha llegado el momento mágico. El esperado. No lo puedo demorar más. Porque ahora sí, ahora estoy preparada. Puedo abrir Mi Caja.

No puedo pensar en lo que haré con ella una vez haya cumplido su cometido de transportadora de esperanza, cuando su contenido le haya arrebatado la importancia. Pero lucharé porque Mi Caja de cartón reutilizado no acabe en un contenedor, aplastada, destrozada, desangrada. Ahora ella y yo somos una, porque no es una caja cualquiera, ni un cartón cualquiera. Por eso es mi responsabilidad protegerla y cuidarla. Os lo he dicho, como El Principito con su Flor.

Le doy gracias a Mi Caja, y me dispongo a levantar sus solapas. Estoy sola, no quiero testigos. Es un acto íntimo. Personal. Algo entre Ella y yo.

Con suavidad, levanto el pequeño trozo de cartón. Luego el que se cruza. Contengo la respiración, y alzo las dos últimas solapas.

Mi Caja deja su corazón al descubierto. Y ahora, su corazón es mío. Lo siento, Caja, te estoy quitando la vida.

Ahí está. Por fin lo veo. Mi pequeño tesoro. Mis horas de trabajo, de disfrute, de ilusión. Mi esfuerzo, mi consuelo. Mi creatividad e imaginación. Mi alegría y mi vía de escape. Mi lucha contra el tiempo, mi batalla contra el desaliento. Mi promesa cumplida.

Ahí está. En forma de palabras, de folios, de papel impreso.

Esa parte de mí que me dispongo a compartir de nuevo.

Nos vemos.

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Como el Principito con su flor

Mi caja de cartón reutilizada ya no está en el mueblecito de la entrada, ese en el que dejábamos las llaves al entrar en casa y en el que ahora abandonamos la mascarilla.

Se ha auto desplazado hasta la mesa del salón.  Eso, o alguien, a mis espaldas, la ha llevado hasta allí. El caso es que mi caja me está pidiendo que la abra.

La he estado examinando antes de tocarla. No es cuadrada, solo lo son dos de sus caras. ¿Cómo se puede mirar tantas veces una cosa y no ver nada?

Me siento como El Principito con su flor… tengo que cuidar de Mi Caja.

Me he atrevido a rozarla. Es más suave de lo que imaginaba. Me he lanzado a recorrerla con las manos, a palparla. Mi caja tiene cicatrices, tiene arrugas. Tiene la piel despellejada. Ha vivido. Tiene historia. Me gusta eso de mi caja. Me hace sentir que sabe lo que pasa.

Armándome de valor, he levantado Mi Caja. Despacito, para no asustarla ni desvencijarla, no está sellada. Mi Caja pesa más de lo que esperaba. Eso es un poco absurdo, en realidad, no esperaba nada.

Pero quiero saberlo todo de Mi Caja, así que he decidido pesarla.

He ido al baño, la he colocado sobre la báscula. Seis kilos. Exactos. Ni un gramo que la desequilibrara. No os miento. Una foto de mi móvil es testigo de su hazaña.

He ido al baño, la he colocado sobre la báscula. Seis kilos. Exactos. Ni un gramo que la desequilibrara. No os miento. Una foto de mi móvil es testigo de su hazaña.

Me he quedado asombrada por la perfección de Mi Caja. 

Mi Caja me supera. Me doy cuenta de que me engaña. O quizás sean mis sentidos los que me fallan. Al cogerla he pensado que igual no son dos de sus caras cuadradas. Tendré que medirla. No tengo regla. Mis manos servirán para evaluarla. Tiene un palmo de alto. No llegan a dos palmos el largo de sus caras. Y el ancho… Mi caja es más ancha que alta, solo tres dedos, pero no tiene dos caras cuadradas.

Mi Caja es más lista que yo. Según como se pone, te hace parecer que es cuadrada. Te hace pensar cosas que son falsas. Estoy empezando a sentir admiración por Mi Caja.

Esta noche pensaré. Y soñaré con Mi Caja. Con el porqué de sus formas, de su peso, de sus trazas.

Y mañana, cuando las dos hayamos descansado, mañana, abriré Mi Caja.

Nos vemos.

Un contenedor de esperanza

¿Alguna vez habéis sentido una absurda atracción hacia un objeto?

A mí me está pasando. Con una caja de cartón. Una caja de cartón vieja, con las paredes arrugadas y los bordes desgastados. De esas que se solapan las tapas. Con precintos medio arrancados, que ya no pegan nada y unas anotaciones en rojo que no entiendo. Un pelín mostosa. Una caja de cartón reutilizada.

Me tiene enganchada. Soy adicta a sus formas cuadradas.  He ido diez veces a la cocina a beber agua en media hora para pasar por delante y poder verla. Y de ahí, al baño, claro. Aprovecho y paro a mirarla. No la toco, ni acaricio. Bueno, la acaricio con la mirada.   

La he colocado en el mueblecito de la entrada, ese en el que dejábamos las llaves al entrar en casa, y en el que ahora abandonamos la mascarilla que nos protege y nos estorba.

Mi caja es una recién llegada. Le estoy dando la bienvenida.  Prolongándola.

Sé que la tendré que quitar de ahí. Sé también que la tendré que abrir. Sería interesante. Al fin y al cabo, dicen que lo importante es el interior, ¿no?

Pero ahora mismo, solo quiero disfrutar de mi caja, de ese pedazo de cartón reutilizado.

Es mi cofre del tesoro. La transportista de mis sueños. Mi contenedor de esperanza.

Por eso dejaré esa caja de cartón en el pasillo, en el mueble de la entrada. Porque quiero saborear cada segundo de esta nueva aventura que la vida me regala.  Porque disfrutar de cada segundo de ilusión es una fuente de energía para lidiar con el momento que nos está tocando vivir.

Nos vemos.

Recuperar la ilusión

Ha pasado mucho tiempo desde que compartí, por última vez, mis aventuras literarias de escritora novata en este blog, entornando la puerta de una época increíble para mí.

Porque fue una etapa feliz, llena de entusiasmo y de ilusión.

Presentación en Zaragoza, en el Teatro Principal, un momento precioso

Los momentos mágicos que viví, la emoción de las presentaciones de la novela (llenazos auténticos e inesperados), las personas que conocí, las que me apoyaron y compartieron conmigo cada uno de los pasos de una historia que resultó extraordinaria.

Recibí tanto cariño… y ahora, parece tan lejano.

Soy sincera, al igual que muchos, tras este periodo difícil e incierto que hemos vivido, no estoy en mi mejor momento.

Pero precisamente por eso, ahora más que nunca, tenemos que luchar por recuperar la ilusión.

Una vez más, superando al tiempo.

Y comienzo a hacerlo, de nuevo, compartiendo.

Nos vemos.